Salvaje ardía sobre la arena, antes de ser devorada por el viento. Salvaje era su cuerpo provisto de escamas de fuego, no había indulgencia en sus ojos, dos fatalidades.
Nadie hallaba la ternura en aquel cuerpo desprovisto de ilusiones. Con tanta fiebre mordía la carne para arrancarla y encontrar debajo de esta un alma inquieta, enllagada, corroída por el abismal impulso de la vida misma acariciando la muerte.
Su osadía era brutal, lo que tocaba lo obscurecía con esa tibia luz que irradiaba. El amor que brotaba en sus labios era un río seco, deseando la inmensa humedad de su simiente

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