Al hombre triste

Ya no soy la perdida
en el bosque encontrado,
ni las hebras de fuego
anidando tus manos,
ni la sombra en la noche, 
ni la luna, ni el pájaro,
ni el destino en la jaula
de mi nombre callado;
ni el perfume mordido, 
ni el deseo sangrado,
ni la arista doliente
de mis ojos errados,
ni la orilla, ni el fondo,
todo se ha despoblado.

A ti ni se te ocurra acercarte a mis heridas, que no quieren cortarte.

Poema de un hasta siempre.

Todo era fulgor incandescente
nada estaba roto
No deseaba irme y me fui
Partimos algunas veces
a donde el corazòn nos lleva.

A veces no sè cómo decirte que me he ido, porque mucho de mi corazón se ha quedado en ti. 

Las horas de ti

Soy 
las horas del reloj
que no llegan a tocarte,
la puerta que se abre detrás de los días,
la mirada extensa,
los labios inciertos,
sublime brebaje de melancolía.

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Soy 
eslabones erguidos entre poema y poema.
Sucesión de barcos desorientados
sin brújula
ni cuerpo.

Ciudad ronca

Tengo ronca la espera

los días destemplados

el mar, helado, herido, salvaje.

La boca toda hecha de niebla y tiempo.

Soy horas que no pasan por tus grietas de sol y lluvia.

Aquí escasea el verano

las notas se hacen mustias;

te busco en las alfombras de las calles,

en sus grises arrebatados sin memoria.

A veces brillas y te expandes como un horizonte de ojos tersos

A voces me encripto

en esta ciudad de sombras que intentan devorarme