Hay una intimidad que padecemos;
algo así como unos labios,
una piel encendida,
un par de senos
debajo de ciertas palabras
o agazapados en cualquier silencio
nuestro.
Una intimidad tras de los ojos
cuando nos mete la distancia tan adentro
que comenzamos a crecer por algún borde.
Y nos bebemos instantes
y nos burlamos del tiempo
y nos hacemos... un hogar sin muros,
sin ventanas.
Padecemos de este oxígeno
que viene a sacudirnos los pulmones
y a versar nuestros latidos,
Lejos.
Idos.
Quietos.
Mundos.
Juntos.

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